La gran guerra vende
El año 2014 ha nacido mirando hacia el pasado, hacia 1914, cuando Europa comprobó que el Siglo de las Luces, la revolución tecnológica de la modernidad, la esperanza y la confianza en el futuro podían quedar destrozados en la gran carnicería de la Primera Guerra Mundial.
El conflicto estalló en el verano de hace un siglo, unas semanas después del asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, el 28 de junio en Sarajevo. Pocas conmemoraciones históricas han provocado un aluvión similar de novedades editoriales y un debate tan profundo. La Primera Guerra Mundial es el conflicto más influyente, sobre todo para Europa, incluso más que la segunda, pero el problema está en que todavía no hay un acuerdo global sobre su origen.
Francia
Si bien la Primera Guerra Mundial es objeto ocasional de enfoques literarios o artísticos, el momento privilegiado para estudiarla es la clase de historia. Un alumno francés se enfrenta en tres ocasiones a lo largo de su escolaridad a las trincheras embarradas y los ataques mortíferos. Desde su último curso de primaria hasta su clase de Première (segundo de bachillerato) en el liceo, pasando por la etapa intermedia del collège,tiene tres cursos en los que estudia la Gran Guerra ampliando el contenido pero de acuerdo con una misma pauta. En las cuatro o cinco horas que está previsto que dedique un profesor de historia de secundaria al conflicto, la selección de problemas que hacen los planes de estudios nacionales no busca un conocimiento profundo de la guerra y sus desafíos, sino que incita a los enseñantes a concentrarse en ciertos aspectos en detrimento de una comprensión global de la guerra, que queda a merced de las decisiones vinculadas a las últimas evoluciones de la historiografía. Una vez abordadas a toda prisa las fases militares, la violencia de masas se convierte en el telón de fondo y el principal eje de trabajo. Así, desde la batalla de Verdún, símbolo de la guerra de trincheras y de un grado de violencia hasta entonces desconocido, hasta el estudio de la experiencia de combate, el profesor debe encauzar los temas de manera que permitan comprender el fenómeno de la movilización total de las sociedades en guerra.
“Estoy sentado al sol en la trinchera. La lluvia que nos ha perseguido durante dos días ha cesado y el mundo debería parecernos maravilloso (…) pero la verdad es que es algo indescriptible. Trincheras, pedazos de equipo, ropa (probablemente manchada de sangre) municiones, gorras, etc. Pobres chicos muertos tirados por todas partes. Algunos son de los nuestros, otros de la Primera Brigada que pasó por aquí antes y muchos son alemanes. Todos los setos rotos y pisoteados, la hierba machacada sobre el barro, agujeros donde han caído las bombas, las ramas arrancadas de los árboles por las explosiones. Por todas partes los signos despiadados, duros y sombríos de la batalla y la guerra. Ya no puedo más”.
La descripción corresponde al 14 de septiembre de 1914, a la primera batalla de Aisne. Un mes antes de que el capitán británico JC Peterson escribiera estas líneas en su diario personal, alguien de su mismo batallón, el primero de Infantería del Sur de Gales, escribía secamente en el diario oficial: “A medianoche se ha declarado la GUERRA entre GRAN BRETAÑA y ALEMANIA. Nuestro batallón comienza a movilizarse. Todos los oficiales de permiso son llamados a filas y examinados por el médico”.
La del 14 fue una guerra que España no libró. Pero no se libró de ella. Nos abrasó. Y de sus efectos se deriva buena parte de lo que ocurrió año después en este país. Cuando se van a cumplir 100 años del comienzo de la Gran Guerra, conviene también rememorar su impacto sobre nuestro país, un país que no participó en las dos guerras mundiales, pero éstas sí participaron en él.
No iba a ser en 1914-1918 la última vez que ocurría algo así. Pasaría después con la Segunda Guerra Mundial, que en parte se libró antes en España en la Guerra Civil, y volvió a pasar con la Guerra Fría que vino a socorrer al régimen de Franco. Pero la Primera Guerra Mundial parecía más lejana y sin embargo resultó muy cercana.
Varios historiadores han estudiado este impacto, entre ellos, y destacadamente, Julián Casanova (en diversas obras) y Francisco J. Romero Salvadó, cuyo libro España 1914-1918: Entre la guerra y la revolución resulta esencial para la comprensión del fenómeno. “España no entró en la guerra pero la guerra entró en España”, afirma con rotundidad. La Gran Guerra fue objeto y sujeto, espejo y proceso para España. Los estertores de la Restauración empezaron en estos años, y su falta de solución –denunciada por los regeneracionistas y por esa generación de intelectuales que se vino en llamar la Generación del 14, aunque no por la guerra sino por las iniciativas tomadas en ese año, entre otras la Liga de Educación Política- acabó llevando a la Monarquía a su final con el enorme error de la dictadura de Primo de Rivera y eventualmente, con la llegada de la II República y la Guerra Civil.