LA VIDA
Siento de verdad que tengas que leer estas líneas. Has llegado aquí porque estás desesperado, y porque necesitas entender. Entender qué es lo que ha pasado. Entender por qué tu vida se ha ido al garete, y por qué todo el mundo parece estar volviéndose loco. Probablemente aparte de una explicación buscas un consuelo, y quizá también una solución. Yo no podré darte ninguna de esas dos cosas, o quizá sí pero no de la manera que te imaginas. Y sin embargo soy la última cosa que te queda. Soy tu última esperanza. Y soy muy poca cosa en realidad.
Lo primero sería entender qué ha pasado. Por qué tu mundo se ha desmoronado. Sí, ya lo sabemos, la economía va mal, el paro aumenta, hay disturbios en la calle y cada vez más recortes y menos prestaciones por parte de las cada vez más inoperantes y vacías instituciones, pero eso es lo que los economistas llaman el "cuadro macroeconómico". Seamos sinceros, a ti lo que te preocupa es lo tuyo: qué va a ser de ti y de tu familia. El cuadro microeconómico. Y tienes razón; todas esas zarandajas llenas de siglas (PIB, IPC, IBEX35...) y de expresiones extrañas (tipos de interés, deuda soberana, hacer default o suspensión de pagos...) no tienen en realidad la más mínima importancia. Son nombres con los que la gente importante y los telediarios quieren cartografiar el desastre. Pero, en realidad, por más que llenen el telediario de repuntes, aversión al riesgo de los inversores, reducción del déficit, balanza de pagos o de otras cosas esotéricas lo cierto es que están como tú. No tienen ni idea de qué es lo que está pasando. Estamos todos en un barco que se hunde y el capitán está tan aterrado e impotente como nosotros. Así que lo primero y más justo es explicarte por qué está pasando lo que está pasando, con palabras sencillas, sin entrar en grandes explicaciones teóricas ni hacer indigestas ensaladas de datos.
Yo no puedo darte los detalles exactos de la evolución de las cosas porque no los tengo ni creo que se puedan tener, pero sí que te puedo dar las líneas generales de por dónde han ido e irán las cosas y, créeme, hasta ahora se están cumpliendo muy bien. En realidad, el curso general de los acontecimientos es muy simple. Es tan simple que los niños y los viejos lo entienden con dos o tres frases. El problema somos el resto de la población, los que estamos en la edad adulta y con la responsabilidad de hacernos cargo de la sociedad; y como asumo que tú estás ahí tendré que usar algo más que dos o tres frases. Unas cuantas más, de hecho.
La cosa es evidente, pero estamos educados para que el concepto sea inaceptable, así que como un ordenador que falla nos reiniciamos continuamente en busca de otra explicación, de algo que case con nuestros esquemas mentales. Porque la simple y llana verdad es inaceptable. Y esa simple y llana verdad es que el crecimiento, el crecimiento en general, ya sea de la economía, de la población, del bienestar, etc ya no es posible. No sólo ya no es posible, es que estamos condenados a decrecer durante un tiempo, durante una laaarga temporada. No por elección, no por conciencia y todas esas cosas que dicen los grupos ecologistas, no. Decrecemos porque no queda más remedio. A la fuerza. Por narices.
¿Alguna vez te planteaste por qué crecíamos? ¿Por qué la economía crecía -el PIB aumentaba cada año, decían? ¿Por qué la población crecía? ¿Por qué nuestro nivel de vida mejoraba? Todo esto pasaba porque teníamos muchos recursos; no sólo muchos, sino que cada año teníamos más. Hemos tenido más comida, más agua, más energía, más coches, más electrodomésticos, ... No sólo más, sino cada vez mejores, y han aparecido cosas nuevas y más maravillosas: ordenadores potentísimos que caben en una maleta, teléfonos inteligentes que van en nuestro bolsillo y nos indican en el mapa dónde estamos y a dónde vamos, medicamentos que curan males antes incurables, aviones que nos transportan de una a otra parte del mundo, tomates en invierno y naranjas en verano... Bien es verdad que una parte de la Humanidad, la mayoría de hecho, no ha tenido jamás acceso a tales maravillas, pero para los que hemos vivido aquí ha sido un tiempo glorioso. Un sueño de progreso continuo y rápido que ha durado muchas décadas, hasta el punto que casi ha desaparecido la memoria de un mundo pasado donde las cosas iban más lentamente y la vida era más difícil. Crecíamos, cada vez éramos más poderosos, la gente tenía trabajo, se compraban casas (a veces con piscina y todo), dos coches, varios ordenadores y se iba a la Rivera Maya en verano y a Praga por Semana Santa. Llegó un momento en que pensamos que todo esto era fruto de nuestra inteligencia y nuestro esfuerzo, y pensamos que teníamos garantizada la continuidad de estas cosas, que teníamos derecho a ellas. Pero no prestamos atención a un detalle fundamental. Mientras nuestro progreso material se aceleraba también lo hacía nuestro consumo de materias primas, de todas las materias primas: petróleo, carbón, gas, uranio, hierro, cobre, aluminio, oro, plata, estaño, litio, cobalto, fosfatos... Porque nuestro progreso era material y se basaba en la materia; necesitábamos más materiales para construir cada vez más cosas, cada vez mejores. Estábamos tan seguros de que siempre iríamos a mejor que montamos un sistema económico y financiero basado en el crédito. Crédito viene del latin credere, creer; el que concede crédito cree que el que lo recibe podrá devolverlo; no sólo eso, sino que podrá devolver más de lo que recibe, que podrá abonar un interés. Es decir, que no sólo podrá generar la riqueza suficiente en el futuro, sino que además lo hará a un ritmo creciente, creciente de una manera muy rápida (los matemáticos dirían exponencial), un porcentaje cada año. El problema es que cuando la deuda ya es muy grande hasta un pequeño porcentaje implica incrementar en muchos millones la deuda total. Pero en fin, nuestro sistema económico ha funcionado así durante más de un siglo y de vez en cuando requiere hacer tabla rasa -las crisis-, se reinicia pero después vuelve a funcionar. Pero esta vez no. ¿Qué falló?
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