Un bebé en la tapia de fusilamientos
Tuvo dos madres, tres nombres y un hijo, José Luis Menoyo, al que nunca
reveló su verdadera historia: que el 22 de septiembre de 1937, cuando
tenía poco más de un año, dos monjas la habían recogido en la tapia del
cementerio de Torrero (Zaragoza) después de que fusilaran a la
anarquista (Selina Casas) que le había puesto su primer nombre (Lidia);
que en el hospicio la bautizaron como Natividad y que sus padres
adoptivos —un médico que había sido movilizado por el bando franquista, y
su mujer, ama de casa— la llamaron, finalmente, Aurora. “Me enteré de
la historia de mi familia por un libro, porque mi madre nunca me contó
nada”, explica Menoyo, de 55 años. “Sentí una tristeza inmensa. Es una
historia trágica.
“A los cadáveres se les echaba cal viva y se les juntaba como si fueran arenques”
Los tres últimos testigos del juicio que se sigue en el Tribunal Supremo
contra el juez Baltasar Garzón reclamaron este martes que la justicia
actúe contra los crímenes del franquismo, después de que representantes
de la Memoria Histórica hayan relatado estos días algunos de los más
dramáticos episodios que tuvieron que vivir a raíz de las sacas y
traslados de sus progenitores, a los que nunca volvieron a ver. “La
consigna era que de los rojos no quedase ni rastro y había que hacerlos
desaparecer. Era la muerte física además de la desaparición jurídica”.
Así lo ha explicado el último testigo en comparecer, Antonio Ontañón
Toca, presidente de la asociación Héroes de la República, de Cantabria.
"Los niños jugaban a los fusilamientos"
¿Quién es ese hombre maduro que aparece en las fotos de juventud de
Lorca, Dalí y Buñuel? Si esa es la pregunta la respuesta es: José Moreno
Villa, un malagueño de 1887 muerto en el exilio de México en 1955. No
mucho menor que Juan Ramón Jiménez (le llevaba seis años) ni mayor que
Pedro Salinas (al que llevaba cuatro), la manía clasificatoria ha dejado
a Moreno Villa fuera de foco. El mismo Rafael Alberti reconoció en La
arboleda perdida que cuando se decidió a escribir sus recuerdos, el
único referente que tenía para retratar la edad de plata de la cultura
española era Vida en claro, la autobiografía que Moreno Villa publicó en
1944, uno de los grandes libros de memorias de la literatura hispánica.
La obra es el primer testimonio del mundo roto con el golpe franquista,
también el primero que narra la vida en la Residencia de Estudiantes de
Madrid. Allí llegó el escritor y dibujante en 1917 para ejercer como
tutor de la casa, y de allí fue evacuado, 20 años después, junto a los
intelectuales -Machado entre ellos- que siguieron al Gobierno
republicano a Valencia.
Franco, el «amigo» de los judíos
Franco fue muy bueno con los judíos». Esta declaración sorprendería a
cualquiera, sobre todo si proviene de un judío. La periodista Yolanda
Villaluenga se lo escuchó a un amigo sefardí de París, a cuyo tío le
había salvado el Gobierno del dictador. Villaluenga dirige el programa
de documentales «Archivos», de Televisión Española, y quedó prendada de
una historia difícil de explicar: la España de Franco durante la Segunda
Guerra Mundial era la de la lucha contra «el contubernio judeo masónico
comunista», pero también el país al que Golda Meir y el presidente del
Congreso Mundial Judío, Israel Singer, agradecieron su ayuda durante el
Holocausto.
«Franco no fue filosemita ni antisemita», explica Villaluenga en Nueva
York, a donde ha venido para presentar su documental «¿Documentos
robados? Franco y el Holocausto» en el Festival de Cine Sefardí. «Lo que
aplicó fue una política dubitativa y utilitaria de la causa judía».
Durante la guerra, y una vez acabado el conflicto, el discurso del
régimen sobre los judíos se adaptó a las circunstancias, cambió de
registro en función del interlocutor y fue tan inconsistente que
permitió que se salvaran vidas, o lo contrario. Entre 1939 y 1941,
30.000 judíos cruzaron los Pirineos huyendo de Alemania. Se les permitió
ir a España por ser un país afín. Con el avance de la guerra, Alemania
endureció su postura respecto a los judíos hasta diseñar el Holocausto y
no permitir su salida.
El peso de Paracuellos de Jarama
Pese a que Carrillo negó siempre su responsabilidad en la matanza de los
miles de presos, las evidencias históricas señalan desde los años
sesenta al dirigente comunista.
Carrillo no fue responsabilizado de la matanza de Paracuellos hasta 1960
En 1930, con tan solo 15 años, ya colaboraba como periodista en el diario «El socialista»